Ojo con dormir profundo, ¡te podría visitar un espíritu escabroso!

En 2003, en una típica familia bogotana, una joven llamada Antonia lamentó quedarse muy dormida una fría noche luego de vivir un suceso fuera de lo normal. Tras despedirse de sus padres y hermanos, la mujer se puso la pijama, se recostó y se arropó con las sábanas, cubriendo un poco su rostro.

En la madrugada de ese día, la adolescente comenzó a sentir un extraño viento que entraba por una de las ventanas de su habitación, por lo que se levantó y revisó qué ocurría. Al regresar a su cama, Antonia se percató que algo se sentó en el borde, muy cerca de ella, pero intentó hacer de cuenta como si nada pasara.

Al intentar dormir, una voz apareció en su oído, susurrando toda clase de cosas a una gran velocidad, por lo que agitaba su mano para ahuyentar lo que fuera que la estaba molestando. El silencio se apoderó del ambiente y la invadió un miedo desconcertante que le puso la piel de gallina.

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Cuando quiso ponerse de pie e ir donde sus padres para contarles lo que había pasado, las sábanas se ajustaron a su cuerpo y sintió cómo algo se ubicó sobre ella, evitando que gritara o se moviera. Antonia se descontroló por completo y, en medio de lágrimas, alcanzó a ver una extraña figura con cuernos y una espalda gibada que se reflejaba contra la pared.

La luz de la noche se encargó de plasmar aquella criatura casi invisible que la tenía sujetada de los brazos, mientras le hablaba de nuevo al oído. Cuando la joven sintió que su voz volvía a surgir de su cuerpo, pegó un fuerte grito que hizo retumbar los vidrios.

Al abrir los ojos, Antonia pensó que todo se había tratado de una tenebrosa pesadilla, por lo que se dirigió al baño para ducharse y darle inicio a su día. Cuando se estaba refregando con bastante jabón, un ardor la hizo darse cuenta que en las muñecas tenía marcas como si se hubiera quemado con un objeto en forma de triángulo; además de un particular rasguño en su oreja.